A unos 60 km de Salvador, Praia do Forte ofrece todo lo necesario (y más) para unas vacaciones en familia: infraestructura hotelera, restaurantes y lanchonetes de variado signo, dos emprendimientos proteccionistas -Projeto Tamar e Instituto Baleia Jubarta-, una reserva natural y hasta las ruinas de un castillo.
“Este lugar nació del sueño de los pescadores; ellos irguieron con sus propias manos la igrejinha de San Francisco“, comenta Ricardo Luz, gerente de Via dos Corais, el confortable hotel donde estamos alojadas. Al caer el sol es casi obligatorio el paseo en bicicleta alrededor de la laguna, que también puede hacerse en tuc-tuc antes de saborear una langosta à moda da casa o un risotto de camarão ao coco verde en Terra Brasil, la risotería de Vania Magalhões y Antonio Aquino. A la mañana siguiente visitamos las ruinas del castillo Garcia d’Avila.
Comenzado en 1551 por orden del hijo bastardo del comendador Tomé de Sousa, y concluido en 1624, fue epicentro del “latifundio más grande del mundo”: 850.000 km2. Su torre era un puesto de observación estratégico y en los techos funcionaba un sistema de comunicación con fuego (no confundir con señales de humo) tal como testimonia un mapa de 1612. En las ruinas, parcialmente reconstruidas, un sinnúmero de escaleras y pasarelas conduce a los arcos de antiguos ventanales que dan invariablemente al mar.
El silencio es tan grande que detecto, por el levísimo roce de sus patas sobre la piedra, a una minúscula lagartija mimetizada con el gris.
Nota publicada originalmente en www.lanacion.com.ar